Para que tengan un concepto adecuado de justicia y autoridad se pueden utilizar consecuencias a las acciones, que son acordes a la acción, por ejemplo, si tira, recoge; si ensucia, limpia; si molesta, pide perdón.
Pero si se utilizan los castigos, para que sean eficaces y el niño sienta una autoridad cariñosa y justa lo ideal es que tengan las siguientes características:
– Imponerlo con calma, cariño, haciéndole ver que lo queremos y que lo hacemos para que sea una buena persona.
– Pocos castigos. Cuando se castiga continuamente, como cuando se grita por todo, este medio pierde su eficacia.
– Cortos. Lo importante es que sepa que su mala actuación merece un castigo, no hace falta que cumpla su “condena” por semanas.
– Proporcionados. De acuerdo a la falta cometida, él no estar proporcionado, puede ser la causa de que después no se obedezca. A veces la intensidad del castigo se ve proporcionado a lo enojado que estamos en el momento de ponerlo y no a la acción que realizó.
– Educativo. El castigo es para modificar la conducta, así que los mejores son los que favorecen lo contrario. Si tira, que recoja y ayude a recoger más cosas; si molesta, pedir perdón.
– Inmediato. Con los más pequeños debe ir precedido inmediatamente de la mala acción. Es poco eficaz ponerlo al día siguiente.
– Avisado. Es más eficaz que la primera vez se razone el por qué esta mal y se advierta que la siguiente vez habrá un castigo. Cuando las faltas son graves o cuestiones obvias no es preciso que el hijo este advertido.
– Ser constantes y no levantárselo por súplicas o por desidia, porque se acostumbrará a que sus faltas no tienen consecuencias. A menos que se explique que si mejora y se porta mejor, se levantará.
– A partir de o 10 años los niños podrán reflexionar que castigos merecen.